Sunday, 14 April 2013

Transformación de la salud en México (I)

SALUD. México es un ejemplo de enormes contrastes y desigualdades. Las transiciones económica y demográfica, la epidemiológica e incluso la democrática o la que se viene dando en la estructura social no han frenado la persistencia de las grandes brechas entre quienes tienen todo y quienes carecen de lo elemental. En algunos aspectos incluso podría afirmarse que esas mutaciones han contribuido a la ampliación de esas fallas que configuran un panorama de inequidad. En México es fácil encontrar casos de avances impresionantes y simultáneamente situaciones de rezago inaceptable. Fácilmente se puede documentar, con datos duros, la existencia de las paradojas y las distancias que caracterizan a la sociedad mexicana del presente. Para hacer cualquier análisis de la salud y de la seguridad social, es insoslayable tener presente algunas de las realidades del país. En lo referente a lo demográfico no hay que olvidar que en los últimos 60 años la población del país se multiplicó casi cuatro veces al pasar, de 25 millones de habitantes en 1950, a un poco más de 100 millones en la primera década de éste siglo. Tampoco hay que olvidar que la configuración de la estructura poblacional según grupos de edad también se transformó de modo importante. Así, tan sólo en las tres últimas décadas y media, la edad mediana de la población pasó de 16.8 años a 24. Igualmente los grupos extremos en la pirámide poblacional se modificaron; en el caso de los menores de cinco años, mientras que en 1970, diez de cada 47 conciudadanos pertenecían a ese grupo de edad la relación actual es de diez de cada 99. En lo referente al caso de los habitantes de 65 años o más, mientras que en 1970 sólo había un millón 790 mil ancianos (3% de la población), para 2010 la cifra se ha multiplicado más de dos veces y medio, ya que ascendió a 5.7 millones.
Os recuerdo que en México, ancestralmente, nacer y vivir en el medio rural ha sido sinónimo de pobreza y exclusión. En unas cuantas décadas pasamos de ser un país eminentemente rural a uno con predominio de población urbana. En 1950, cerca de 60% de la población vivía en una localidad rural, lo que representaba casi 15 millones de mexicanos en esa condición. Al presente, la ruralidad sólo alcanza a 23% de los habitantes y, sin embargo, ésta incluye a casi 24 millones de compatriotas. No hay que olvidar que el país ahora cuenta con 33 ciudades con más de medio millón de habitantes y que en ellas residen más de 28 millones de personas, en tanto que 184 mil 714 localidades menores de dos mil 500 habitantes albergan a 23.5 millones. Es fácil entender los problemas sociales de convivencia y de seguridad que se registran en las grandes urbes, así como la dificultad para llevar servicios de salud, saneamiento básico, educación, vivienda y empleo —tan fundamentales para preservar la salud— a los pobladores de las pequeñas y dispersas localidades rurales de nuestro país.
Os añado que propiamente en el campo de la salud existen situaciones paradójicas y contrastantes. La mejoría registrada a lo largo del tiempo es fácilmente detectable, sin embargo los rezagos son importantes. Así, la esperanza de vida al nacimiento aumentó casi 25 años en la segunda mitad del siglo XX, en tanto que la mortalidad general o la infantil disminuyeron 75 por ciento. Pero lo que nos falta por avanzar aún es bastante. Nuestro país, según el último reporte del programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, ocupó el lugar 53 entre 177 naciones en materia de desarrollo humano. La todavía insuficiente disminución de la mortalidad infantil se comprende mejor si consideramos que nuestra cifra resulta seis veces más alta que la de Japón, cinco tantos superior a la de Alemania, España y Francia, cuatro veces la de Canadá, tres la de Cuba o el doble que la de Chile o Costa Rica.
TRES APOSTILLAS. Hay que aceptar que el proyecto de Estado social diseñado para proteger a los ciudadanos contra peligros y situaciones diversas, derivadas tanto de la vida personal como del sistema social, ha sido insuficiente en su desarrollo y para muchos está hoy francamente en riesgo. La pregunta que debemos formularnos es si una sociedad tan desigual como la mexicana debe resignarse a estas realidades que afectan directamente su desarrollo y su sana reproducción. En el fondo el Estado social debe buscar reducir sistemáticamente las contingencias, disminuir las diferencias entre grupos, sectores y regiones y atender sus consecuencias. Hay una presión creciente para avanzar en la privatización de los servicios de salud y de la seguridad social o al menos para disminuir la presencia del Estado en esos dos campos. SALUD Y SALUDOS.
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