Columnista:
Thursday, 6 June 2013
Aniversario de lo kafkiano
Franz Kafka nació en Praga, Checoslovaquia, el 3 de julio de 1883, y murió en Viena, Austria, el 3 de junio de 1924, para que hoy se conmemore su aniversario luctuoso número 89. Falleció apenas a los 40, casi 41, en una Europa que para su época era asediada por la tuberculosis, el mal que finalmente mató a Franz y que se había iniciado apenas unos cinco años antes. De un hibridismo único, el personaje, sin regateos uno de los más influyentes en la narrativa contemporánea, se nutrió de Nietzche, Darwin y Karl Marx, hasta hacerse nihilista, evolucionista y socialista a pesar de que sus orígenes fueron más que aburguesados gracias a los esfuerzos de Hermann, su padre, de origen miserable pero trepador, judío checo dedicado al undécimo mandamiento, el comercio de telas, para reunir con ello una pequeña fortuna. A pesar de la situación familiar más que acomodada, después de Franz, siempre flaco, enfermizo, casi ausente desde su débil contextura física, fallecieron los dos hermanos que le seguían, antes de cumplir los dos años de edad. Hermann procuró siempre los mejores estudios para su primogénito, decidido a protagonizar la crianza, la más temible de las paternidades, desplazando a una débil Julie, la madre, hasta hacerla una suerte de ama de llaves. Un Franz bachiller fuertemente inclinado a las humanidades debe hacerse abogado por disposición paterna, que en el pecado lleva la penitencia. Kafka nunca litigará ni se hará prospero por esa vía, y será siempre empleado de la misma compañía para ganar con ello el eterno desprecio paterno. Sus primeros textos, siempre relatos cortos, datan de su adolescencia; seguirá escribiendo cuentos toda su vida, alternándolos con piezas teatrales y cuatro proyectos de otras tantas novelas. ¿Por qué —a la postre— pesa de esa manera el trabajo literario de Kafka? Impecable, en primer término, su precisión para narrar, trátese de lo que se trate; oraciones y párrafos acabados de forma rápida, extraordinariamente clara y con el fin de contar, con absoluta verosimilitud, algunos de los relatos que a tantos han sonado como los más extraños jamás leídos. Semejante etiqueta le ha hecho escasa justicia a Kafka, convirtiéndole en una especie de emblemático tratadista de lo absurdo, para dar origen a la expresión “kafkiano” para todo lo contradictorio, lo irreal, lo imposible. Justamente al contrario, Franz podía relatar las cosas más extrañas, que siempre resultaban perfectamente verosímiles. El punto pareciera estar en lo que consigue expresar, imposible saber si pretendiéndolo. Claro que Gregor Samsa, comerciante de telas como Hermann el padre, despierta cualquier buen día convertido en insecto, un escarabajo, tal vez una cucaracha (La Metamorfosis, 1915), y padece las consecuencia familiares y sociales de su transformación, y desde luego que el topógrafo k jamás descifrará las formas y modos de penetrar a quienes trabajan y viven en El Castillo (1922), y nadie comprenderemos el absurdo proceso judicial de Josek K (El proceso, 1925), para que sus lectores podamos compartir con Franz la experiencia única, constante, su personal tormento: aislamiento y soledad. De eso va a condolerse siempre en sus letras, de sí mismo y de su incapacidad para hallarse entre los demás, para hacerse amar como eterno burócrata gris que nada de lo que vive comprende, al que todos y todo le resultan inaccesibles, impenetrables, que sólo espera el fin de cada jornada burocrática para encerrarse a escribir sin tener siquiera ninguna buena razón para ello. Abogado judío checo, burócrata, enfermizo, accesible apenas a unos cuantos a través de la ironía ésa, tan Kafka, soltero tras dos romances casi completamente epistolares, ambos fallidos proyectos matrimoniales, la muerte es una cita ineludible para Kafka, su deuda por vivir cargando con la muerte de los hermanos pequeñitos; así vive su tuberculosis, sin más recurso para contrarrestar la descalificación temprana de su padre Hermann que un relato: El juicio. El hijo lo pierde, por supuesto. A consideración de la investigación histórica de si Franz Kafka fue ninfolepto, si padeció enfermedad mental durante su vida, y si tal enfermedad fue el trastorno bipolar. Tal era su encierro eterno que han quedado muy pocas evidencias. Se habla de sus lapsos de gran exaltación y felicidad, así como de lo deprimido que pasó casi toda su vida. Fue un héroe de las letras, que para mí es muchísimo decir. Abrir cualquiera de sus libros sigue siendo doctorarse con cada lectura.